La esclavitud en el siglo XXI: venderse al mejor postor
MENTEFUCK
Jeffrey Velasco Cardona
5/26/20252 min read


Un millón de pesos, sin prestaciones legales, trece horas diarias, de lunes a sábado, y con la exigencia de ser cajera, todera, y hasta limpiar baños. Así, sin pudor, es como el representante a la Cámara David Racero ofrece una vacante laboral. En un audio filtrado, incluso enfatiza que el aspirante debe ser “todero sí o sí”, como si la dignidad laboral fuera negociable.
Pero, ¿por qué debería sorprendernos esta oferta miserable, si en plataformas de empleo vemos cosas similares todos los días? Ofertas laborales que desprecian el tiempo, la formación y la salud física y mental de quienes buscan un sustento. En Colombia, conseguir trabajo muchas veces no significa lograr un ingreso digno, sino aprender a venderse al mejor postor.
Con sueldos mínimos que no alcanzan para cubrir lo básico y contratos que ofrecen lo mínimo legal (si acaso), nadie alza la voz. ¿Quién puede reclamar en medio de la necesidad? El miedo al despido es más fuerte que el impulso por exigir justicia. Mientras tanto, las grandes empresas siguen inflando las ganancias de sus dueños. Los altos mandos, los "intocables", devengan decenas de millones al mes, reciben primas por representación y bonificaciones por respirar, mientras el empleado base, ese que sostiene el negocio con su trabajo diario, apenas sobrevive.
Y cuidado si no tienes hijos o familia, porque para muchos empleadores eso es una bendición: significa que puedes ser explotado sin culpa. El empleado sin vínculos emocionales externos es el esclavo perfecto.
En Colombia, tener un título universitario o técnico no garantiza un sueldo decente. Aquí, el mérito ha sido reemplazado por la adulación: si no eres parte del círculo de poder, el ascenso se logra a punta de sumisión. Y si así están las cosas para quienes tienen formación académica, ¿qué queda para quienes no tienen estudios? Se les ve en las calles, en los oficios más pesados y peor remunerados, aceptando lo que haya, con tal de sobrevivir.
Este es el país de las montañas verdes, de las mariposas amarillas, del realismo mágico que tanto nos vendieron. Pero ese mismo realismo mágico se ha convertido en una fantasía cruel que muchos deben inventarse cada mañana para tener el valor de salir a trabajar en empresas donde todo, menos la humanidad, es valorizado.
Colombia también es el país de la esclavitud moderna. No con látigos ni cadenas, sino con salarios precarios, cargas laborales inhumanas y un sistema que se niega a ver el valor real de su gente.
Es momento de dejar de romantizar la resiliencia laboral y empezar a denunciar la explotación encubierta. Porque si no exigimos condiciones dignas hoy, mañana seremos todos esclavos bien vestidos, pero esclavos al fin.