El Paro Arrocero en Colombia: una olla a presión que el Gobierno no puede seguir ignorando
MENTEFUCK
Iván Garavito
7/18/20252 min read


Colombia ha amanecido nuevamente con protestas en las vías y el rugido de un sector olvidado: los arroceros. Este paro, convocado por cultivadores de diferentes regiones del país, no es un capricho ni una simple estrategia de presión política. Es el grito desesperado de miles de familias campesinas que ven cómo su trabajo, sus cosechas y su futuro se marchitan frente a la indiferencia del Estado y las lógicas del mercado.
El paro arrocero, que comenzó a intensificarse en departamentos como Tolima, Meta, Casanare, Huila y Norte de Santander, tiene raíces profundas y razones de sobra. Los productores reclaman, entre otras cosas, el desplome del precio del arroz en el mercado interno, el aumento en los costos de producción, la falta de subsidios reales y la importación masiva de arroz extranjero, muchas veces más barato y de menor calidad, que inunda el mercado y desplaza la producción nacional.
No es un secreto que desde hace años el sector arrocero vive una crisis silenciosa. Pero en 2024 y 2025 la situación ha llegado a un punto insostenible. Con el aumento de los fertilizantes, el alza del dólar que encarece los insumos y la competencia desleal del arroz importado (especialmente de países con subsidios agresivos como Estados Unidos), los productores colombianos están al borde de la quiebra.
A todo esto, se suma un problema estructural: el abandono estatal. No existen suficientes mecanismos de protección para el campesino arrocero, ni políticas claras de estabilización de precios, ni garantías efectivas de comercialización. Las promesas de los ministros de Agricultura se quedan en comunicados de prensa mientras los silos se llenan y los compradores pagan precios que no cubren ni los costos básicos.
El Gobierno, por su parte, ha intentado minimizar el paro, insistiendo en mesas de diálogo y prometiendo ayudas. Pero el campo ya no cree en promesas. Está cansado de los pactos que no se cumplen, de las “ayudas técnicas” que nunca llegan, y de los intermediarios que se quedan con las ganancias. Lo que piden no es caridad: es justicia económica.
El paro arrocero es, además, una advertencia. Porque no se trata solo del arroz. Se trata del modelo agropecuario nacional, de la soberanía alimentaria, de la dignidad del campesinado. Si este país sigue apostándole al libre comercio sin condiciones, si no protege su producción interna, si no escucha al campo, entonces no habrá paz, ni estabilidad, ni desarrollo posible.
Hoy los arroceros están en paro, pero mañana podrían ser los cafeteros, los paperos, los cacaoteros, los ganaderos. Cada protesta que estalla en el campo es una señal de una bomba social que está a punto de estallar si no se toman decisiones de fondo.
Colombia no puede darse el lujo de seguir alimentándose de arroz importado mientras sus campesinos mueren de hambre. El arroz es un alimento básico en nuestra mesa, pero también un símbolo: el de un país que, si no cuida su campo, no tiene futuro.