Charlie Zaa, Lucho Herrera y el paramilitarismo: cuando el arte y el deporte rozan el abismo de la violencia
MENTEFUCK
Iván Garavito
7/14/20252 min read


En Colombia, pocas cosas generan tanto consenso como el rechazo al paramilitarismo. Pero también es cierto que el país ha normalizado durante décadas la cercanía entre figuras públicas y estructuras de poder ilegítimo. El reciente escándalo que involucra al cantante Charlie Zaa y al exciclista Lucho Herrera con actividades relacionadas al paramilitarismo no solo revela una nueva grieta en la memoria nacional, sino que nos obliga a replantear el rol de los íconos populares en un país marcado por la violencia y la impunidad.
Según revelaciones de la Comisión de la Verdad y medios de investigación, ambos personajes participaron (consciente o inconscientemente) en eventos o contextos donde el paramilitarismo no era un actor de fondo, sino el anfitrión. Charlie Zaa, con su inconfundible voz de bolero, habría ofrecido conciertos privados para jefes paramilitares, mientras que Lucho Herrera, el legendario campeón de la Vuelta a España, habría asistido o prestado su imagen para eventos organizados o financiados por estructuras ilegales, según testimonios que hoy toman fuerza.
Nadie está afirmando, al menos por ahora, que estas figuras fueran parte activa de esas organizaciones. Pero sí es necesario cuestionar qué tipo de relaciones se tejieron, y hasta qué punto los ídolos nacionales, muchas veces elevándose por encima del bien y del mal, se convirtieron en herramientas de legitimación para regímenes armados de facto.
Esta no es una discusión sobre culpabilidad judicial, sino sobre responsabilidad ética. En un país donde las víctimas siguen esperando justicia, donde las masacres se esconden bajo alfombras institucionales y donde los victimarios buscan limpieza social y política con la complicidad de algunos sectores, el silencio o la ambigüedad de figuras públicas resulta estridente.
Charlie Zaa y Lucho Herrera no son los únicos. La historia reciente ha mostrado cómo cantantes, actores, empresarios e incluso académicos han orbitado, por comodidad, miedo o conveniencia, alrededor de poderes ilegítimos. El arte y el deporte, que deberían ser refugios de dignidad, se han manchado también con la sangre de una guerra que muchos fingieron no ver mientras eran aplaudidos en tarimas o podios financiados con dolor.
Es urgente entonces abrir un debate profundo, incómodo pero necesario, sobre el papel que han jugado las figuras públicas en la historia del conflicto colombiano. ¿Cuántos más se prestaron, se dejaron utilizar o callaron mientras los aplausos escondían los disparos? ¿Cuándo la memoria será más importante que el mito?
El país no puede seguir viviendo de ídolos de barro. Si queremos una Colombia en paz, también debemos exigir una cultura de la responsabilidad en todos los niveles. Porque callar, asistir o colaborar (así sea con una canción o una foto) con el poder armado ilegal, no es neutralidad: es complicidad.