Catorce años y un gatillo: la infancia armada de Colombia

MENTEFUCK

Jeffrey Velasco Cardona

6/9/20252 min read

Un sicario revive el eco gélido de la violencia en Colombia tras un intento de asesinato contra Miguel Uribe, recibiendo dos disparos en la cabeza y uno en la rodilla. Más allá del crimen, lo que hiela la sangre es que el sicario tiene apenas 14 años. Catorce. A esa edad, uno debería estar haciendo tareas, no ajustando puntería.

¿Qué está pasando en la sociedad colombiana para que se envíe a un niño a matar? ¿Cuál fue el "negocio"? ¿Cuánto costó su conciencia?, ¿quiénes lo mandaron? Preguntas que deberían retumbar en cada rincón del país, pero que probablemente quedarán flotando, como siempre.

En videos difundidos por redes sociales —porque todo crimen moderno viene con tráiler en HD— se observa cómo varias personas le hacen señales al menor, una coreografía siniestra que culmina en el ataque. Tras disparar, huye sin plan de escape. ¿Fue acaso una misión suicida? ¿Un peón desechable en un juego político más sucio que la alcantarilla?

Al ser capturado, el chico afirma que puede "dar los números". ¿Los números de quién? ¿De los que compraron su alma por un puñado de billetes? Porque eso fue lo que pasó: le vendieron la ilusión de poder o estatus en su barrio, a cambio de que se jugara la vida. Y él, claro, aceptó. Porque la pobreza no solo quita el pan, también mata el futuro.

Con solo escuchar su acento y observar su lenguaje corporal, es fácil deducir que proviene de un barrio marginal de Bogotá. La historia se repite con dolorosa precisión: alguien lo contacta, le ofrece plata —poca, porque el crimen organizado es miserable incluso con sus empleados— y le vende una fantasía. Quizás pensó que así ganaría respeto entre sus pares. Que ser asesino a los catorce años le daba prestigio. Qué país tan jodido en el que matar te da más valor que estudiar.

Y entonces uno se pregunta: ¿dónde estaban sus padres? ¿Desaparecidos en la rutina de la miseria? ¿Víctimas también del abandono estatal? ¿O simplemente resignados?

Ahora será judicializado ante un juez de infancia. Pero seamos honestos: si tuviste el coraje —o el descaro— de tomar un arma e intentar matar, entonces también deberías tener el carácter para enfrentar la justicia como un adulto. Sin paños tibios, sin beneficios, sin el escudo del “es que es menor de edad”. A veces, la ley parece tener más compasión con los criminales que con sus víctimas.

¿Y quién está detrás de este atentado? ¿Algún rival político de su propio partido? ¿Un opositor con pánico escénico ante la posibilidad de perder? ¿O quizás, lo que algunos ya murmuran con cinismo, un autoatentado para ganar popularidad? Colombia, país donde todo es posible, excepto la transparencia.

Este hecho, sin duda, sacude la historia reciente del país. El sicariato, que parecía haber bajado el telón, vuelve a escena. Y lo hace protagonizado por un niño. Una bala lanzada por una mano que aún debería estar dibujando. ¿Qué sigue? ¿Más menores empuñando armas para delinquir? ¿O fue este solo el prólogo de una guerra política encubierta bajo discursos de cambio?

En todo caso, la advertencia está hecha. Y ojalá alguien la escuche antes de que el próximo atentado no nos deje ni preguntas.